Fui el sexto de diez hermanos. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Mi hermano José, el mayor contaba con 17 años y la segunda y mi única hermana tenía 16, es decir éramos todos muy jóvenes. Mi padre nos quería muchísimo, pero al tener tantos hijos, era duro con nosotros. Ejercía de padre y de madre, de hecho aún recuerdo cuando todos los fines de semana calentaba agua y nos bañaba en un balde donde comían los animales. A los seis años comencé a trabajar llevando nuestras vacas a pacer (comer el ganado la hierba del campo) al prado o al monte. A los dos años de quedar viudo, mi padre se casa con una cuñada; pero como la propia madre ninguna. Mi madrastra nos discriminaba, mostrando preferencia por alguno de mis hermanos, pero el resto callábamos y otorgábamos mostrando respeto. En esta época tener una yegua era un lujo y el animal que todos queríamos cuidar, porque nos gustaba cabalgar encima de ella, pero también nos costaba nuestras broncas por parte de padre, por temor a que llevásemos un golpe.
Cuando tenía siete años, nos visitó Antón, un labrador de una aldea vecina, pidiéndole a mi padre que le dejara llevarse un hijo para su casa a servir, y ayudarle en las tareas del campo; ofreciéndole a cambio mi manutención con ropa y calzado nuevos. Pero lo que entendía este pobre hombre por nuevos era remendar los pantalones hasta que no se sabía cual era su tela de origen. En esta casa dormía en una cama de madera que tenía por colchón un montón de paja llena de pulgas. Al poco tiempo de llegar ya me tocaba a mi de ir todas las mañas, al levantarse de cama, por cubos de agua a una fuente que estaba a unos cien metros de la casa. Otro trabajo duro era cuando tenía que cargar el carro de tojo, poniéndome yo arriba y el abajo, pero este hombre lo hacía tan mal que cuando terminábamos parecía la joroba de un camello. Lloré muchas veces por las espinas que se me clavaban en las piernas. Recuerdo una vez que fuimos a una finca que debía estar a unos 500 metros a buscar dos fardos de avena para los animales. Me puso un fardo en la cabeza, que era más grande que yo y me caí al suelo.
– No puedo con él
– ¿Como no vas a poder?, entonces no tienes fuerza ninguna
Sacó al fardo la mitad y terminé llevándolo. CONTINUARÁ…